Apostillas a Mar de fondo
Entre letras y mundos
Apostillas a Mar de fondo
07 de Marzo de 2025 | 0 comentarios

1. Toponimia oculta

 
Rafael Serra
 
Muchos de quienes han leído Mar de fondo me preguntan por qué no he sido más generoso a la hora de precisar la situación geográfica de los lugares descritos en el libro. Como cabe imaginar, es un efecto buscado. No obstante, las primeras líneas del texto enmarcan claramente la región: “El fin del mundo de los antiguos. La costa de los naufragios. El mar tenebroso.” Tres pistas clarísimas sobre el Finisterre, no el cabo ni la población vecina, sino todo lo que aparecía rotulado como tal en los viejos mapas de Galicia. Un espacio mucho más amplio que englobaba el extremo noroeste peninsular. Puedo incluso precisar más. Los escenarios pertenecen a la Costa da Morte, a lo largo y ancho de un tramo que recorro con mucha frecuencia y cabría situar entre la playa y laguna de Traba, por el norte, y el arranque de la ría de Muros, por el sur. La Costa da Morte se prolonga hasta Malpica e incluso más allá, hasta Caión. Pero ese tramo no me precio de conocerlo con tanta precisión. Además, el corazón de la Costa da Morte, tal y como yo lo concibo, está incluido entre esos límites arbitrarios en los que discurre Mar de fondo.
Aun así, ¿por qué he suprimido los topónimos? Nada menos que por tres razones. La primera es que esa ausencia da al relato un aire más misterioso, que encaja bien con el paisaje y el paisanaje. La segunda es que tengo cierto pudor en divulgarlos porque algunos lugares llevan camino de perder su esencia, de caer en las garras del turismo masivo, sobre todo en verano. Algo de eso cuento en el libro. De todas formas, cualquiera que conozca un poco la zona será capaz de situar todos o casi todos los parajes que recreo en sus páginas. No deja de ser una crónica personal de muchos años pateándome aquellas costas y pegando la hebra con sus habitantes. Pero dejo abundantes referencias y será fácil asignarles un topónimo. Requiere un poco de interés y de esfuerzo, pero esa es la tercera razón, un requisito que exijo a quienes visiten el fin del mundo: no basta con ir, hay que estar. Dejarse empapar de todo aquello, y no me refiero sólo a la lluvia. Los que vayan con otros propósitos, casi es preferible que no lean mis andanzas ni que se acerquen a un rincón tan hermoso, sin esperanza de que lo aprecien en toda su hondura. Sería como visitar un museo de pintura siendo insensible al arte. Por el contrario, los que adopten otra actitud, más serena, menos utilitaria, podrán deducir sin problemas la mayoría de los topónimos que he dejado sin mencionar. Y serán bienvenidos.

El sol se oculta tras la línea del horizonte en las costas del fin del mundo.

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