Los que aprendieron algo o sencillamente disfrutaron con los diálogos entre Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga en La vida contada por un sapiens a un neandertal, sabrán degustar esta estricta secuela o continuación que, como el reverso de una misma moneda, han decidido centrar en la muerte, el inevitable fin de trayecto. La estructura es la misma, ágiles coloquios mientras recorren juntos escenarios inspiradores, como zoológicos, desguaces de coches, una facultad de veterinaria, varios tipos de restaurantes, centros médicos, algunos espacios protegidos y, cómo no, el Museo Nacional de Ciencias Naturales y Atapuerca, o más bien sus alrededores, como el proyecto Paleolítico Vivo y el Museo de la Evolución Humana de Burgos. Los argumentos varían, pero tampoco tanto, porque ahora toca hablar de genética, metabolismo, oxidación, desgaste celular, telómeros y achaques.
Debaten mucho sobre las estrategias que siguen destinas especies animales y de cuál es el resorte que determina el tiempo que tienen asignado vivir. Arsuaga, que es un epicúreo, se niega a buscarle trascendencia a ese interminable ir y venir entre lo inerte y lo vivo, al imparable intercambio de átomos sobre el que actúa fríamente la selección natural. Millás, que es un hombre de letras, le deja desahogarse, pero en su fuero interno sigue buscando respuestas a las eternas preguntas sobre el sentido de la existencia. Aunque sin dramatizar. Mediante conversaciones ingeniosas, ejemplos llamativos y mucha ironía, exploran ellos mismos, como conejillos de indias, sus respectivos procesos de envejecimiento. Hacia la mitad del libro, Millas entiende uno de los mensajes clave: los avances de nuestra cultura nos permiten superar la edad a la que biológicamente deberíamos estar muertos. A cambio, eso sí, de que conozcamos la decrepitud y el surgimiento de dolencias que la selección natural no ha podido eliminar porque son invisibles para ella, ya que no se manifiestan cuando estamos en plenitud, durante la edad reproductora, sino cuando apuramos los años de prórroga. Somos los únicos que conocemos tal estado, junto con nuestras mascotas y las especies silvestres que mantenemos en cautiverio, a salvo de avatares externos. Al final, después de 300 páginas y como en cualquier serie televisiva que se precie, no agotan el tema y dejan una puerta abierta para hablar de altruismo y cooperación. Dado el éxito del primer libro y, previsiblemente, también de este segundo, ¿estaremos ante una futura trilogía?

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